Localizadas en el centro geográfico de la provincia de Jaén, en la comarca de La Loma, y separadas entre sí por apenas 9 kilómetros, la historia de Úbeda y Baeza corre de forma paralela y su rico patrimonio es el resultado de las diferentes culturas que se han ido sucediendo en el territorio.
Texto: José Manuel Almansa Moreno
Fotos: Seturja Turismo Jaén
La presencia de población en ambas ciudades se remonta a la Edad del Cobre (III-II milenio a.C.), estando documentada la existencia de asentamientos prehistóricos que controlarían las tierras fértiles del valle del Guadalquivir debido a su situación privilegiada. Posteriormente, en época íbera, ambas ciudades formarían parte de una red de oppida (poblados fortificados) que controlarían la región de la Oretania, pasando después bajo dominio romano a integrarse en la provincia Tarraconensis (siglo II a.C.).
No tenemos muchos datos sobre los municipios de Bétula (Úbeda) y Bibatia/Viatia (Baeza), si bien todo nos hace pensar que tendría una importancia menor respecto a municipios cercanos como Cástulo (Linares). Comenzado su declive en época bajoimperial (siglo IV d.C.), Baeza aún mantendría cierta importancia durante la época visigoda (siglo VII d.C.), pues contaría con una sede episcopal -en detrimento de la de Cástulo-.
Es con al-Ándalus cuando ambas ciudades comienzan su verdadero desarrollo urbano. Sabemos que el emir omeya Abd al-Rahman II (822-852 d.C.) ordena la fundación y fortificación de las ciudades de Madinat Ubbadat al-Arab (Úbeda) y Bayyasa (Baeza). Ambas urbes presentarían un castillo o recinto defensivo (alcázar), donde se situarían los principales edificios de representación del poder, así como la mezquita aljama. Alrededor de éste se desarrollaría la medina propiamente dicha, espacio urbano de trazado irregular en el que destacaría la existencia de un espacio abierto con carácter comercial (zoco) y las diferentes mezquitas de barrio. Ambas ciudades estarían delimitadas por un circuito amurallado en piedra, guarnecido con numerosas torres y horadado con varias puertas (algunas de las cuales serían reformadas en época almohade).
Baeza sería conquistada por el rey Fernando III el Santo en 1227, mientras que Úbeda lo hace un poco más tarde, en 1233. Desde este momento, Baeza y Úbeda se convierten en ciudades realengas, dotadas con un gran alfoz y con numerosos privilegios gracias al Fuero de Cuenca (lo que atraería a la nobleza castellana, que participarían en la repoblación del territorio y en la conquista del Reino nazarí de Granada). Además de ello, en Baeza se restauraría la sede episcopal (que, tras la conquista de Jaén en 1246, pasaría a ser compartida).
En este momento se establecerían las diferentes parroquias o collaciones (llegando a ser doce en Baeza y once en Úbeda), las cuales se ubicarían tanto dentro del recinto amurallado como en los arrabales exteriores. Estas iglesias, algunas de ellas construidas sobre antiguas mezquitas, fueron labradas en estilo tardorrománico (Santa Cruz y San Juan Bautista en Baeza, o San Pedro en Úbeda) o en estilo gótico-mudéjar (iglesias del Salvador y San Andrés en Baeza, o San Pablo y Santa María en Úbeda). Además, hay que mencionar la llegada de las primeras órdenes religiosas, que tendrían un carácter fronterizo y mendicante: trinitarios, mercedarios, franciscanos y dominicos.
Durante la Baja Edad Media se configuran algunos de los espacios urbanos más relevantes de las dos ciudades (la Plaza de Toledo de Úbeda o la Plaza del Mercado de Baeza), espacios con soportales donde se llevaba a cabo el mercado y se localizaban talleres artesanales y casas-tienda. También habría que mencionar la existencia de otras plazas (Paseo del Mercado en Úbeda o la Plaza de Santa María en Baeza) que representaban el poder civil y eclesiástico de las dos ciudades, localizándose aquí las casas consistoriales junto a otros edificios de relevancia.No hay que olvidar que en ambas ciudades también tendría su hueco la comunidad judía, habiendo constancia de la existencia de sinagogas y conservándose aún en la actualidad numerosas casas ornamentadas con símbolos hebreos, como la estrella de David.
Sin duda, el período más floreciente de ambas ciudades es el siglo XVI, cuando se lleva a cabo una importante actividad constructiva que vendría a transformar la ciudad medieval heredada. Poco tiempo antes se había producido la demolición de los respectivos alcázares por orden de los Reyes Católicos (con el fin de evitar los enfrentamientos de la nobleza local), quedando estos espacios totalmente abandonados y produciéndose el gran desarrollo urbanístico de los arrabales.
Gracias al mecenazgo de diferentes miembros del clero, y muy especialmente de la nobleza (entre la cual sobresalen familias como la de los Cobos), durante el Renacimiento se reforma la mayoría de los templos medievales (que ven remozadas sus fábricas con la incorporación de portadas, torres o capillas funerarias), siendo igualmente en este momento cuando se establecen nuevos conventos y monasterios (llegando a haber 17 fundaciones religiosas en Baeza y 15 en Úbeda). Del mismo modo, son numerosos los palacios y las casonas que se construyen en esta centuria, tanto en estilo tardogótico (Palacio de los Salcedo y de Jabalquinto en Baeza) como renacentista (Casa de las Torres, Palacio del Deán Ortega o de Vázquez de Molina en Úbeda), pudiéndose mencionar, del mismo, modo la fundación de numerosos establecimientos asistenciales (entre los cuales sobresale el soberbio Hospital de Santiago de Úbeda) o de carácter educativo (la Universidad de Baeza, una de las cuatro instituciones universitarias fundadas en el siglo XVI en Andalucía –junto con las de Sevilla, Granada y Osuna–).
La mayoría de estas construcciones son realizadas por arquitectos que integran el conocimiento de la cantería medieval con las novedades arquitectónicas venidas de Italia. Entre otros sobresale la figura de Andrés de Vandelvira, maestro en el arte del corte de la piedra (estereotomía) y artífice de gran número de edificaciones en la provincia de Jaén, y cuya influencia se extiende por la Baja Andalucía e incluso por la América virreinal. Además, hay que mencionar que la mayoría de estas construcciones se complementan con modificaciones de la trama urbana colindante (con la apertura de plazoletas, creación de nuevas calles, alineación y ensanchamiento de otras, etc.), e incluso con la mejora de las infraestructuras hidráulicas.
Frente a la pujanza del Renacimiento, el siglo XVII está marcado por un proceso de decadencia, que en parte coincide con la crisis del Imperio español. Si bien asistimos a un estancamiento en el desarrollo arquitectónico de ambas ciudades, no obstante podemos hablar de un proceso de “conventualización” del espacio urbano (llevado a cabo como consecuencia de los postulados de la Contrarreforma Católica); así, se construirían numerosas capillas urbanas, hornacinas devocionales, cruces, ermitas, etc. con el fin de remarcar el carácter católico de las ciudades, que contaba con momentos de especial auge con motivo de determinadas celebraciones como la Semana Santa, el Corpus Christi, romerías, fiestas dedicadas a los principales santos de las diversas órdenes religiosas, etc.
Olvidadas durante los siglos del Barroco, a mediados del siglo XIX se produce la llegada a Úbeda y Baeza de los primeros viajeros extranjeros (Richard Ford, Alexandre de Laborde, Charles Davillier…), quienes describen a ambas ciudades como estancadas en el tiempo, y sumidas en un avanzado estado de decadencia (en parte como consecuencia de los efectos de la Guerra de la Independencia y de las diferentes desamortizaciones eclesiásticas). Estos acontecimientos supondrían el expolio de su rico patrimonio artístico y la supresión de gran número de fundaciones piadosas y conventos, muchos de los cuales serían demolidos por su avanzado estado de ruina o pasarían a tener nuevos usos: oficinas de la administración, cuarteles, cárceles, servicios sanitarios, mercados, escuelas, posadas, etc. Prueba de esta decadencia sería también la supresión de la Universidad baezana en 1824, que pasaría a reconvertirse en instituto de bachillerato; allí impartiría clases de francés el poeta Antonio Machado, entre 1912 y 1919).
Otra de las grandes transformaciones que se producen en este momento es la demolición de la mayoría de las puertas de la muralla (con el fin de mejorar el tránsito rodado y la higiene), así como el ocultamiento de numerosos tramos de ésta por viviendas que quedan adosadas a ella, al perder su primigenia función defensiva.
Como contrapartida, en el último tercio del siglo XIX, y gracias el desarrollo de la burguesía latifundista y comercial, asistimos a una gran actividad constructiva y surgen las primeras viviendas de pisos en altura, así como nuevas tipologías de ocio (el casino, el teatro, la plaza de toros…), instituciones benéficas e higiénicas (casas-cuna, asilos, hospitales, cementerios…), centros de enseñanza, etc. También se reforman antiguos espacios urbanos o se aprovechan los solares de antiguos edificios religiosos para crear zonas de paseo y ocio, caracterizados por sus jardines y frondoso arbolado.
Poco a poco se va produciendo el resurgir de ambas ciudades, que comienzan a despuntar en el siglo XX gracias a la producción agrícola y al comercio, produciéndose un importante crecimiento demográfico que va acompañado con su correspondiente ensanche urbanístico.
De forma tímida, Úbeda y Baeza se comienzan también a desarrollar como referentes turísticos, especialmente debido a su carácter pintoresco y a la riqueza de su patrimonio. Úbeda es declarada Conjunto Histórico-Artístico en 1955, mientras que Baeza recibe tal distinción en 1966. Esta declaración coincide con un gran número de intervenciones destinadas a restaurar sus monumentos y potenciar la imagen de las dos ciudades, que suman el título de Ciudades Ejemplares del Renacimiento en 1975, otorgado por el Consejo de Europa. Finalmente, en 2003 la UNESCO otorgaría a las dos ciudades la declaración de Patrimonio de la Humanidad, lo que supondría su postrera proyección internacional de la mano de eventos como el Festival de Música Antigua de Úbeda y Baeza.
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